Los fiscalizadores de vida

«Tú tienes…», «Tú deberías…», «Yo creo que tú…» son frases que escuchamos –y decimos- con más frecuencia de la que creo se debería, porque aunque hay un refrán que dice: «Nadie aprende por experiencia ajena», a la mayoría no le importa.

Uno está convencido de que la vida que uno ha vivido tiene todas las fórmulas para la vida de los demás. Muchas veces, cuando alguien le pide un consejo a otro, inevitablemente responde con frases como: “Bueno, yo (tal cosa)… A mí (tal otra)” y, paso seguido, remata con un: “Eso no quiere decir que como yo digo es o tienes que hacerlo así”. Entonces ahí es cuando uno se pregunta para qué lo dice, ¿no?

Y, bueno, hasta acá no creo que sean tan graves las sugerencias de cómo vivir o solucionar situaciones. Pero realmente me parece trágico cuando alguien dice: “Mira, tú lo que tienes que hacer es no contestarle una llamada más a ese tipo”; o algo como: “No dejes que ese muchachito te manipule así, cuando sea grande va a jugar la pelota contigo”.

¿Por qué será que opinamos a la ligera? ¿Por qué nos sentimos con derecho a decirle a otro lo que debe o no debe hacer? Y voy más allá: ¿Por qué somos tan fastidiosos intentando darle forma a la vida de los demás?

Un gran ejemplo de esto es la típica ruta social o “el paso a paso lógico” de la vida –menos mal que no para todo el mundo. Se inicia cuando se va entrando a la adolescencia y siempre hay alguien que pregunta: “¿Ya tienes novia(o)?”. En el caso de que ya se esté en plena adolescencia, la pregunta se modifica a: «¿Y tú todavía no tienes novia(o)? Luego, si ya se tiene la novia(o) –tarea cumplida, dirían algunos-, entonces ¡saz¡, viene otro estadio más que cumplir: «¿Y cuánto tiempo tienes con esa novia? ¿No será hora de casarse o vivir juntos?».

Ok, entonces viene el casamiento o la vida marital y continúa la ruta: “Vale, ¿y cuándo van a tener muchachos?». Tienen el primer hijo, pero igual sigue: “¿Y cuándo van a tener la parejita?

Es decir, la gente nunca se cansa de fiscalizar y el problema al que uno se enfrenta cuando no sigue esa “ruta vital” es el tormento constante, un poco de lo que yo llamo “terrorismo psicológico” de la gente que te hace creer que estás en desgracia por no seguir los estándares sociales; como la mujer que pasa los 25 años –para algunos- o llega a los 35 y no se ha casado.

Con relación a estos casos he llegado a escuchar en tono de burla frases como: “Esa quedó para vestir santos” (labor que ejercían en el siglo pasado de forma común las mujeres sin hijos o que no llegaron a casarse).

Ya perdí la cuenta de la cantidad de mujeres a mi alrededor que sobrepasaron la barrera de los 30 años y sienten un gran peso social porque no se han casado, no han tenido hijos o no han tenido “marido”; y lo peor de todo es que la fiscalización usualmente viene de gente cercana a ellas y que les importa: padres, amigas, tíos… cuestión que hace aun más difícil de superar ese “antiestatus” social.

La “gran frase” que catapulta a muchas a la desesperanza es la que comienza con un: “Yo a tu edad ya…”, y eso no ayuda para nada, no es amor de amigos o de familia. Ayuda a quien lo dice, alimenta el ego de quien lo dice y se convierte en el aval para ser un excelente fiscalizador de vida. 

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